domingo, 24 de abril de 2016

DE COPIA A HOMENAJE: POLÉMICA EN EL BAR


Por Alfredo Solari.

Nació en 1963 como un sketch dentro del programa “Operación Ja Ja” y se independizó como ciclo autónomo en 1972. Así evolucionó “Polémica en el bar”, este clásico de la televisión argentina, fruto de la inventiva de los hermanos  Hugo y Gerardo Sofovich.

Desde ese entonces fue renaciendo, con distintas variantes, en cada una de sus muchas temporadas. Cada reestreno lo encontraba con ciertos retoques y cambios gatopardistas que lo transformaban año a año en un clásico, pero esta repetición se hacía a costa de pérdida de originalidad.
El ciclo se desarrolló algunos años apoyado en el humor, otras virado hacia un enfoque más periodístico, pero siempre anclado en la realidad cotidiana filtrada, analizada, satirizada, y debatida en una mesa de café de Buenos Aires.

La originalidad de los hermanos  Sofovich no versó específicamente en la calidad de la escritura de sus libros, sino más bien en la forma inteligente de generar formatos. Siempre, en el caso de Gerardo, apoyados en la contemporaneidad, la contingencia, la actualidad. Hugo recorrió más fácil y eficazmente el camino de la ficción. Pero en ambos casos, su gran acierto fue la de vincular espacios físicos con figuras estelares, quienes eran los que terminaban de crear los personajes y los diálogos de esas circunstancias estructuradas por los hermanos guionistas. Claro ejemplo de esto fueron ciclos como “Operación Ja Ja”, “No toca botón” con Alberto Olmedo, “La peluquería de Don Mateo”, con Jorge Porcel y la mismísima “Polémica en el bar”.

Es claro que ese humor y uso de la realidad fue una cosa en los setenta y ochenta y otra es ahora. Mucho más si estos no se modernizan, si no se adaptan o evolucionan. Tal vez ese haya sido el pecado de “Polémica”, no cambiar. Los cambios fueron meros revoques que finalmente lo tornaban repetitivo, antiguo y estático. Mucho más teniendo en cuenta que en algunas de sus temporadas el reparto no fue lo suficientemente estelar como para generar atracción o novedad aún en la repetición de la propuesta. Polémica se copió a si misma año tras año. Y si bien dicen que la televisión es redundancia y repetición, esa fórmula acá se agotó.

La gran incógnita era ver como volvía ahora. Cómo se repetiría.  Y esa incógnita se resolvió el pasado 6 de marzo de este año.  Fue así que reapareció "Polémica 2016", ahora producido por Gustavo Sofovich, hijo de Gerardo. Al café porteño esta vez entraron Rodrigo Lussich, Miguel Ángel Rodríguez, Tristán, Horacio Pagani, Nazareno Mottola, Noelia Marzol, Anita Martínez con participación especial y la conducción en forma de anfitrión (antiguo rol de su creador) de Mariano Iúdica. Las características del ciclo son las mismas, pero enmarcado por un bar aggiornado, reflejo de un intento de ubicarnos en un café de antaño con ciertos aires del menemismo de los noventa.  

Ese domingo se prendió la tele. El canal, como en algunas temporadas anteriores, era  nuevamente TELEFE . Y ahí nos encontramos con el bar, el cafetín,  el mismo espacio, la misma música, un mismo clima. Sin embargo, había algo distinto. Algo que lo resignificó. Y ese algo no era menor. El formato de siempre ahora era un homenaje. Homenaje a sí mismo y a su creador Gerardo Sofovich, quien murió casi un año antes de este reestreno, el 8 de marzo de 2015. Su foto ahora estaba colgada junto a la emblemática foto de Fidel Pintos, otro de los artistas que pasaron por esa mesa.  En otras paredes, otros cuadros de Jorge Porcel, Javier Portales, Juan Carlos Altavista y muchos otros integrantes de pasadas polémicas. El clima de melancolía lo invadía todo y su nuevo anfitrión recorría emocionado junto al dueño del café (Tristán) cada una de las paredes de ese mítico espacio porteño.

Todos los recursos conocidos y reconocidos del ciclo estuvieron presentes. El humor, la melancolía,  lo porteño, un guión predecible y gags tal vez  pasados de moda que poco efecto causan, la mujer presentada como objeto y elemento de distensión de una mesa machista, por momentos acalorada. Y por supuesto, la autorreferencialidad como un ingrediente indispensable en esta remake

Una autorreferencialidad que se ve en cada frase, en cada cita, en cada recuerdo, y hasta en los espacios simbólicos. Nadie podía usar una determinada silla de esa mesa central. Cada parroquiano que entraba amagaba a sentarse en ella y Iúdica lo reprimía. Esa era la silla de “alguien”. Y ese alguien llegó: Minguito. Otra vez la repetición. Aparecía ese personaje creado por Altavista ahora en la piel de Miguel Ángel Rodríguez. Pero esta repetición, como el programa todo, no aburría. Era ver algo nuevo y vivo en lo ya conocido. Era el placer del reencuentro, del tributo que revalorizó todo lo expuesto.

Este comienzo de “Polémica en el bar” fue su versión más viciada de sí misma. Su copia más fiel. Pero su esencia de homenaje la hizo disfrutable y distinta. Fue un renacimiento.
La gran duda será ver cómo este clima se sostiene. Tal vez rápidamente el tributo se esfume y reaparezca el espejo. Ese espejo que nos puede llegar a devolver un reflejo viejo de algo que fue y ya no debería ser. El tiempo lo dirá. Por ahora a seguir disfrutándolo como a esas cosas que nunca se alcanzan, con la ñata contra el vidrio, en un azul de frío y una esperanza de amor.

EL ORGULLO DE MINGUITO

Sin lugar a dudas el elemento central de esta nueva temporada de “Polémica en el bar” es Minguito.
Hay ciertos personajes que son inseparables de sus intérpretes. Actor y personaje se transforman en uno solo. Ejemplos sobran. Nadie podría imaginar a un Chavo del ocho interpretado por otro que no sea Roberto Gómez Bolaños. A una Chona sin Haydée Padilla. Y tal vez un ejemplo extremo sea Tato Bores en dónde el personaje terminó rebautizando a su intérprete. Nadie podría ponerse en la piel de estos personajes salvo que ese juego se presente bajo la excusa del homenaje o la imitación. Minguito es uno de ellos.

Si bien fue creado por Juan Carlos Chiappe y nace en la radio, es imposible no unir a este querible personaje con quien fue su intérprete y “dueño”, Juan Carlos Altavista.
Altavista lo redondeó, lo hizo propio, le prestó su cuerpo y su alma por más de cuatro décadas. Este Minguito representaba un estereotipo argentino de clase baja, hijo de inmigrantes italianos, hincha de Boca Juniors y de dudosa profesión. El personaje y el actor se amalgamaron. Uno no era sin el otro.

Por primera vez después de la muerte de Altavista, en 1989, reapareció Minguito. El cuerpo se lo prestó Miguel Ángel Rodríguez, quien además de ser un ya consagrado actor e imitador, fue yerno del fallecido actor. Pero esta reaparición melancólica que, a priori fue un tributo, gozó de una interpretación exquisita. Rodríguez no sólo reprodujo los tonos de voz, el vocabulario, el aspecto, sus risas y furcios, sino que logró extraer el alma de Domingo Tinguitela.  Transitó ese personaje con maestría y logró que con los minutos y las sucesivas emisiones dejemos de ver al imitador y empecemos a reencontrarnos con él, con Minguito.

Altavista debe estar orgulloso. Su personaje se independizó. Logró separarse de su cuerpo para transformarse en universal, en un ser individual de ficción que ahora podrá seguir vivo por siempre.




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