Por Alfredo Solari.
Nació
en 1963 como un sketch dentro del programa “Operación Ja Ja” y se independizó como ciclo
autónomo en 1972. Así evolucionó “Polémica en el bar”, este clásico de la televisión
argentina, fruto de la inventiva de los hermanos Hugo y Gerardo
Sofovich.
Desde
ese entonces fue renaciendo, con distintas variantes, en cada una de sus muchas
temporadas. Cada reestreno lo encontraba con ciertos retoques y cambios
gatopardistas que lo transformaban año a año en un clásico, pero esta
repetición se hacía a costa de pérdida de originalidad.
El
ciclo se desarrolló algunos años apoyado en el humor, otras virado hacia un
enfoque más periodístico, pero siempre anclado en la realidad cotidiana
filtrada, analizada, satirizada, y debatida en una mesa de café de Buenos Aires.
La
originalidad de los hermanos Sofovich no versó específicamente en la
calidad de la escritura de sus libros, sino más bien en la forma inteligente de
generar formatos. Siempre, en el caso de Gerardo, apoyados en la
contemporaneidad, la contingencia, la actualidad. Hugo recorrió más fácil
y eficazmente el camino de la ficción. Pero en ambos casos, su gran acierto fue la de vincular
espacios físicos con figuras estelares, quienes eran los que terminaban de
crear los personajes y los diálogos de esas circunstancias estructuradas por
los hermanos guionistas. Claro ejemplo de esto fueron ciclos como “Operación Ja Ja”, “No toca botón” con Alberto Olmedo, “La peluquería de
Don Mateo”, con Jorge Porcel y la
mismísima “Polémica en el bar”.
Es
claro que ese humor y uso de la realidad fue una cosa en los setenta y ochenta
y otra es ahora. Mucho más si estos no se modernizan, si no se adaptan o
evolucionan. Tal vez ese haya sido el pecado de “Polémica”, no cambiar. Los cambios fueron meros
revoques que finalmente lo tornaban repetitivo, antiguo y estático. Mucho más
teniendo en cuenta que en algunas de sus temporadas el reparto no fue lo
suficientemente estelar como para generar atracción o novedad aún en la
repetición de la propuesta. Polémica se copió a si misma año tras año. Y si
bien dicen que la televisión es redundancia y repetición, esa fórmula acá se agotó.
La
gran incógnita era ver como volvía ahora. Cómo se repetiría. Y esa
incógnita se resolvió el pasado 6 de marzo de este año. Fue así que
reapareció "Polémica 2016", ahora producido por Gustavo Sofovich,
hijo de Gerardo. Al café porteño esta vez entraron Rodrigo Lussich, Miguel
Ángel Rodríguez, Tristán, Horacio Pagani, Nazareno Mottola, Noelia Marzol,
Anita Martínez con participación especial y la conducción en forma de anfitrión
(antiguo rol de su creador) de Mariano Iúdica. Las características del ciclo
son las mismas, pero enmarcado por un bar aggiornado, reflejo de un intento de ubicarnos en un café
de antaño con ciertos aires del menemismo de los noventa.
Ese
domingo se prendió la tele. El canal, como en algunas temporadas anteriores,
era nuevamente TELEFE . Y ahí nos encontramos con el bar, el cafetín, el mismo espacio, la misma música,
un mismo clima. Sin embargo, había
algo distinto. Algo que lo resignificó. Y ese algo no era menor. El formato de
siempre ahora era un homenaje. Homenaje a sí mismo y a su creador Gerardo
Sofovich, quien murió casi un año
antes de este reestreno, el 8 de marzo de 2015. Su foto ahora
estaba colgada junto a la emblemática foto de Fidel Pintos, otro de los
artistas que pasaron por esa mesa. En otras paredes, otros cuadros de Jorge Porcel, Javier
Portales, Juan Carlos Altavista y muchos otros integrantes de pasadas
polémicas. El clima de melancolía lo invadía todo y su nuevo anfitrión recorría
emocionado junto al dueño del café (Tristán) cada una de las paredes de ese
mítico espacio porteño.
Todos
los recursos conocidos y reconocidos del ciclo estuvieron presentes. El humor,
la melancolía, lo porteño, un guión predecible y gags tal vez pasados de moda que poco
efecto causan, la mujer presentada como objeto y elemento de distensión de una mesa machista, por momentos acalorada. Y por supuesto, la autorreferencialidad
como un ingrediente indispensable en esta remake.
Una autorreferencialidad que se ve en cada frase, en cada cita,
en cada recuerdo, y hasta en los espacios simbólicos. Nadie podía usar una
determinada silla de esa mesa central. Cada parroquiano que entraba amagaba a
sentarse en ella y Iúdica lo reprimía. Esa era la silla de “alguien”. Y ese
alguien llegó: Minguito. Otra vez la repetición. Aparecía ese personaje creado
por Altavista ahora en la piel de Miguel Ángel Rodríguez. Pero esta repetición,
como el programa todo, no aburría. Era ver algo nuevo y vivo en lo ya conocido.
Era el placer del reencuentro, del tributo que revalorizó todo lo expuesto.
Este
comienzo de “Polémica en el bar” fue su versión más viciada de sí misma. Su copia más fiel. Pero su
esencia de homenaje la hizo disfrutable y distinta. Fue un renacimiento.
La
gran duda será ver cómo este clima se sostiene. Tal vez
rápidamente el tributo se esfume y reaparezca el espejo. Ese espejo que nos
puede llegar a devolver un reflejo viejo de algo que fue y ya no debería ser.
El tiempo lo dirá. Por ahora a seguir disfrutándolo como a esas cosas que nunca
se alcanzan, con la ñata contra el vidrio, en un azul de frío y
una esperanza de amor.
EL ORGULLO DE MINGUITO
Sin
lugar a dudas el elemento central de esta nueva temporada de “Polémica en el
bar” es Minguito.
Hay
ciertos personajes que son inseparables de sus intérpretes. Actor y personaje
se transforman en uno solo. Ejemplos sobran. Nadie podría imaginar a un Chavo
del ocho interpretado por otro que no sea Roberto Gómez Bolaños. A una Chona sin Haydée Padilla. Y tal vez un
ejemplo extremo sea Tato Bores en dónde el personaje terminó rebautizando a su
intérprete. Nadie podría ponerse en la piel de estos personajes salvo que ese
juego se presente bajo la excusa del homenaje o la imitación. Minguito es uno
de ellos.
Si
bien fue creado por Juan Carlos Chiappe y nace en la radio, es imposible no
unir a este querible personaje con quien fue su intérprete y “dueño”, Juan
Carlos Altavista.
Altavista
lo redondeó, lo hizo propio, le
prestó su cuerpo y su alma por más
de cuatro décadas. Este Minguito
representaba un estereotipo argentino de clase baja, hijo de inmigrantes
italianos, hincha de Boca Juniors y
de dudosa profesión. El personaje y el actor se amalgamaron. Uno no era sin el
otro.
Por
primera vez después de la muerte de Altavista, en 1989, reapareció Minguito. El
cuerpo se lo prestó Miguel Ángel Rodríguez, quien además de ser un ya
consagrado actor e imitador, fue yerno del fallecido actor. Pero esta
reaparición melancólica que, a priori fue un tributo, gozó de una
interpretación exquisita. Rodríguez no sólo reprodujo los tonos de voz, el
vocabulario, el aspecto, sus risas y furcios, sino que logró extraer el alma de
Domingo Tinguitela. Transitó ese personaje con maestría y logró que con
los minutos y las sucesivas emisiones dejemos de ver al imitador y empecemos a
reencontrarnos con él, con Minguito.
Altavista
debe estar orgulloso. Su personaje se independizó. Logró separarse de su cuerpo
para transformarse en universal, en un ser individual de ficción que ahora
podrá seguir vivo por siempre.
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