Por Gabriela Fabbro.
En el año 2006, publiqué un libro sobre la trayectoria de Mirtha Legrand en
el cine y la televisión argentina. Llevaba como subtítulo: la
perdurabilidad de un clásico. Era el recorrido de una trayectoria que se estaba
terminando. Nunca pensé que casi diez años después estaría escribiendo sobre el
mismo tema y sobre su continuidad en la televisión local.
Comenzada su carrera en la época de oro del cine argentino, con su primera
película en la cual no fue protagonista, y acompañando nada menos que a Niní
Marshall, Mirtha fue conocida a partir de Hay que educar a Niní, filme
de 1940. Un año después, siendo muy joven, protagoniza Los martes, orquídeas, un clásico nacional basado en un excelente guión
de la tradicional dupla de la época Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari.
Treinta
y seis películas a lo largo de toda su filmografía mostraron a una excelente
comediante y a una actriz con muy buen dominio del melodrama. En 1958 comienza
a incursionar, junto a su hermana gemela, en la televisión, ámbito en el que en
1968 estrenará sus famosos almuerzos con famosos. Una fórmula inédita que aún
perdura y es caso único en la historia de la televisión mundial.
Con algunos años en pantallas alternativas o con cortos períodos fuera de
ella, Mirtha terminó el fin de semana pasado la temporada Nº 47 de sus almuerzos y sus tres años de programas en fin de semana, con la
¿nueva? propuesta de La noche de Mirtha.
El rating fue el compañero de estos últimos años,
basados en una Mirtha que se animó a decir lo que piensa, a jugarse por sus
ideales políticos, y a intentar traer cada día a su mesa, personajes que
enriquezcan la pantalla. Con excepciones claro, de los invitados “necesarios”
ya sea por imposición natural del canal o del momento, especialmente llevados a
los almuerzos de los domingos.
Las cenas de los sábados se caracterizaron por
propuestas de debate y seria discusión, con temáticas profundas, y a las cuales
ningún político quiso faltar. La noche de Mirtha se transformó en una
plataforma de discusión de ideas, de darse a conocer por parte de los
candidatos y la ocasión para que el electo presidente asista a un programa de
TV apenas elegido.
Con lucidez, dominio del diálogo, con sus inevitables
interrupciones, pero demostrando su preparación de los temas por tratar y
recordando la información necesaria, brindó los espacios para que todos
dialoguen. Mirtha Legrand sigue ratificando que los clásicos perduran, y su
riqueza está en haberse convertido en una cita obligada en la televisión
argentina.
Admirable carrera, ejemplo de vigencia y entusiasmante caso de estudio.
¿Llegará al medio siglo de los almuerzos? Por lo pronto, Mar del Plata, ya la
espera, como todos los veranos. El clásico sigue vigente.
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