lunes, 16 de mayo de 2011

Ilusión de realidad cotidiana y entretenimiento evasivo: las claves de los realities, según Luciano Elizalde

(*) Luciano Elizalde es Doctor en Comunicación por la Universidad de La Laguna (Canarias, España) e investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). Se desempeña como profesor titular con dedicación exclusiva de Teoría General de la Información y Sociología de la Comunicación Pública, en la Universidad Austral (Argentina).

Por: Carolina Roncarolo

¿Es posible proponer una lectura crítica de un fenómeno televisivo que sea asequible para el público? Elizalde brinda conceptos para “problematizar lo aproblemático” de los reality shows, pero “al alcance de la mano” del televidente. Los invitamos a analizar cómo la curiosidad humana es “sobreactivada” por las nuevas tecnologías, la institucionalización de la publicidad de lo privado y las nuevas estrategias de mercado de los medios. A modo de ejemplo, las imágenes de fragmentos de programas ilustran con claridad la situación que pone de manifiesto el investigador del CONICET.

A lo largo de la historia de las sociedades modernas, ¿cuándo y cómo surgió la necesidad de “explorar” la vida de los demás de modo manifiesto y sistemático?

El interés por la vida de los demás puede considerarse como el resultado de un “mecanismo motivador innato” que es la “curiosidad”. El hecho de sentirse atraído por la privacidad ajena no forma parte de la sociedad; más bien es un mecanismo antropológico.

Lo que sí ha cambiado en las sociedades modernas fueron los medios de los que nos valemos para alimentar nuestra curiosidad. En la actualidad, este mecanismo motivador se halla “sobreactivado” por tres cuestiones: las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, la institucionalización de la publicidad de lo privado y las nuevas estrategias de mercado de los medios (en este caso, la televisión).

Por otra parte, en nuestra sociedad se permite oficialmente “meterse” en la intimidad del otro. Hoy se da más que en otras épocas. Hoy no “está mal” ni es inútil usar nuestro tiempo viendo a un desconocido ducharse.

A esta mixtura se agregan las nuevas estrategias de mercado televisivo. Gran Hermano, el primer reality en Argentina, apareció en el 2001. La mayoría de los televidentes lo miramos “para ver qué era”. En mi opinión, antes había aspectos que se cuidaban más y se mostraban menos. Ahora, hay más variedad de situaciones y de contextos que se exhiben, que son muy atractivos para la audiencia: el morbo, la conflictividad, el sexo…Todo esto constituye una nueva estrategia de comercialización del formato. Estrategia a la que se suman la interacción del público con los participantes a través de las redes sociales.

¿Cuáles son las principales razones por las que este género de programas capta la atención de la gente? ¿Qué necesidades del televidente promedio satisfacen?

La curiosidad por la vida privada de los demás es y ha sido constante. La permanente tensión entre ficción y realidad es otro elemento. El público sabe que existe un guión, pero de todos modos sigue adelante porque quiere mantener la duda hasta el final. Es una especie de autoengaño para satisfacer una necesidad de desconexión y entretenimiento. No hay ningún esfuerzo por parte de la audiencia, que en definitiva está viendo su propia vida.

Otra necesidad que considero que se satisface es la de evasión. Por ejemplo, hoy la gente cada vez se informa menos de noche. Antes, había un ritual fuerte de consumo de noticias al final del día, que ahora ha sido reemplazado por el consumo de entretenimiento. Los hábitos se modifican porque se modifica el sistema de medios. Antes, había tres momentos “de entrada” de la información: mañana, tarde y noche. En la actualidad, hay un flujo constante de noticias a lo largo del día.

La inserción de este nuevo sistema de medios en la vida de la gente es dinámico. Tiene que ver con cambios que operan fuera de dicho sistema mediático: modificaciones en las rutinas laborales y familiares, condicionadas por la accesibilidad a distintos canales de información (por ejemplo, la conexión a internet).

Actualmente, se desvaloriza la importancia del control que ejerce el periodista sobre las noticias. Hoy se presenta una expectativa más baja sobre lo que se hace con la información periodística: muchos hechos que se presentan con retórica emotiva después no tienen ninguna consecuencia sobre la vida de la gente. Entonces, tampoco se necesita estar tan informado. Y ahí es donde el entretenimiento y la evasión ganan terreno. Por ejemplo, los noticieros están cada vez más “arrevistados” y tocan temas más “livianos”, porque tienen estudios de mercado que indican que, si comunican información “pura y dura”, la gente no los mira.

¿Considera que el público es consciente de los procesos de selección y edición que hay en todo reality o que se deja convencer por lo que prometen sus realizadores?

Hoy en día, el receptor del mensaje televisivo ha evolucionado: ya no necesita estar en el ambiente mediático para darse cuenta de que hay estrategias para captar el interés de la audiencia. Y que, a mayor interés generado, surgen nuevas estrategias para que la curiosidad del televidente siga creciendo.

¿Qué ética social subyace en los comportamientos de los participantes? Actualmente, ¿qué comportamientos de los participantes considera que suele “castigar” el público? ¿Cuáles se “premian”?

Me parece que el público, hasta donde he visto y me he enterado, premia la ética de la espontaneidad, pero combinando elementos de carisma. A su vez, lo bello y lo exótico activan la curiosidad de los demás. Ya desde la selección del participante comienza a tejerse una historia dramática en torno a su vida, una historia que sea capaz de movilizar a la gente.

También considero que cuenta el hecho de tener suficiente inteligencia como para no parecer inteligente. De esta manera, se gana en aceptación y en consenso.

¿Hasta qué punto el participante toma conciencia del grado de exhibicionismo al que se expone? En general, ¿por qué se exponen?

La participación en un reality se presenta como un negocio para cada jugador: llegar a figurar mercado del show bussiness con bajas barreras de entrada. No hay que contar con habilidades artísticas, como las que se requerirían para formar parte de un musical de Cibrián y Mahler. Sólo basta con poder activar la curiosidad de la gente.

Los participantes tienen ambiciones: aparecer y ser conocidos, para llegar a la gloria. Paradójicamente, antes se era conocido por el hecho de tener gloria (por ejemplo, el reconocimiento hacia alguien que sobresaliera en una disciplina determinada). Actualmente, se busca darse a conocer para tener gloria. El mero hecho de “aparecer por aparecer” en el espacio público ya es un gran logro.

En cierto momento después de haber entrado a la “casa”, pienso que el participante se olvida de que está rodeado de cámaras. Se olvida quiere decir que se habitúa. Esto le permite parecer y actuar espontáneamente. De todos modos, algunos están dispuestos a todo para ganar. Y esto lo tienen muy claro al entrar.

En conclusión, todo está claro, tanto para el público como para los participantes. ¿Todo? Tal vez sea evidente que la complejidad de la vida cotidiana de muchos (no necesariamente de todos) haga necesaria una suerte de “autocontemplación lúdica” en el “espejo televisivo”. De ahí el entretenimiento, la distracción y la sensación de “salirse de lo complicado” de los problemas diarios que pueden producirnos los realities. Y no está mal divertirse con una ilusión inofensiva. Es más, hasta a veces puede proponer valores e historias de vida muy loables.

¿Pero esta exacerbación de la curiosidad por la vida privada ajena es siempre tan inofensiva como promete? Depende de qué faceta de la vida del otro estemos contemplando y en busca de qué tipo de satisfacción lo hagamos. Que somos libres de hacerlo, eso es seguro. Que no hay derecho a juzgarnos por ello, también. Que hay un mercado y una industria de contenidos televisivos regida por la oferta y la demanda, ¡claro que sí! Y si un nicho de ese mercado se entusiasma con escarceos amorosos bajo las sábanas, mujeres y hombres duchándose (juntos, ¿por qué no?), ¿cómo no vamos a “darles lo que piden”? (Y, no neguemos que más de uno va a prestar atención, que es el objetivo comercial básico que persigue todo medio: “comprar” atención del público para “venderla” a los anunciantes).

Pero aquí está el límite de la televisión pública y nuestro llamado de atención como Observatorio que vela por el respeto hacia la calidad (más bien, hacia la dignidad) de los contenidos televisivos, la de quienes los producen, la de quienes los emiten y, sobre todo, la de las audiencias. No es cuestión de elaborar un tratado sobre “el deber ser” y la función paternalista de la televisión que “debe educar”, sino de aplicar el sentido común: ¿qué concepción de la persona humana subyace en el mensaje que emito como productor? ¿Qué conductas e ideas (innatas o artificiales, mejores o peores) motivo en mi receptor? Está claro que le ofrezco ilusiones y distracciones. ¿“Divertidas” y excitantes…? Probablemente. ¿Constructivas…? Lo dejo a vuestro criterio.

Descargar entrevista completa Luciano Elizalde (PDF de 5 páginas)

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