Por Gabriela Fabbro.
A raíz de una entrevista por el
estreno de su película Ginger e Fred,
el gran director de cine italiano Federico Fellini expresó en 1986: “La
televisión es maravillosa, en un bloque de un magazine te enseñan a hacer
un flan con doce huevos y en el bloque siguiente te enseñan ejercicios para
bajar los 4 kilos que engordaste comiendo ese flan de doce huevos…”. Así es la televisión, variedad, diversidad,
contradicción, paradoja constante.
La noche de los domingos comenzó
en el mes de julio con dos viejos competidores: "Susana Giménez" y "Periodismo
para todos". Cada uno prometía platos fuertes, y el rating era lo más disputado.
Desfilaron Luisiana Lopilato y
familia en uno, informes sobre corrupción en otro…. A su vez, el humor de la
mano de Antonio Gasalla y Los Midachi en el primero, y los columnistas y
periodistas en un debate serio final en el otro.
Parecía que esa iba a ser la
fórmula, sin embargo, pasados los domingos del mes, la apuesta creció, y ambos
programas compitieron entre sí y… con otros. Se sumaron "La cornisa" y "Debo decir" por América. Y desde el domingo 30, en TN, "Los Leuco". Todo a la vez y nada a
la vez al mismo tiempo.
Juguetes sexuales explicados a la
diva de los teléfonos por parte de Los Midachi y una exposición de cuadros del
gran maestro Emilio Pettoruti en "PPT", Maradona balbuceando declaraciones desde
el exterior, un ministro llorando por la superada enfermedad de su hija por
América, y denuncias contra la ex presidente en La Cornisa.
El informe sobre "El Polaquito" monopolizó el siguiente domingo frente a un Cristian Castro que, desde el peor
mal gusto, olía ropa interior que sus fans le tiraron desde la tribuna. La
empleada pública generando polémicas, y en el último domingo: Luciana Salazar y
Romeo Santos confesándose con Susana mientras que quince muertos en Venezuela, luego de la
asamblea general, parecían mostrarse por El trece con el mismo nivel de
atracción.
Ya en la película citada, Fellini
nos ofrecía una mirada filosa, crítica y tierna a la vez, sobre los programas
llamados ómnibus (de larga duración) de la televisión abierta italiana. Allí se
juntaban artistas, payasos, enanos, y una pareja de imitadores (maravillosos
Marcello Mastroianni y Giulietta Masina) de los originales Fred Astaire y
Ginger Rogers que circulaban por un programa eterno de la mano del conductor de
blancos dientes sonriente que invitaba al aplauso continuo. La televisión
abierta de nuestros días no está tan lejos de ese espectáculo fellinesco.
Conductores con dientes muy
blancos, imitadores por doquier, bebés en carreras de obstáculos, el matrimonio
de comentador deportivo que ventila sus audios prueba de un engaño; todo es
digno de mostrarse con tal de conseguir un punto más de rating. Lamentablemente nuestros productores se abusan del lugar
común, de la espectacularización como modo de atraer al público violando los
límites entre lo privado y lo público, y todo parece ser digno de verse. Un tema
supera al otro domingo a domingo. Vale el instante y la TV se vuelve efímera.
Algunos espectadores colaboran
con estos contenidos viéndolos, otros migran a plataformas por Internet. Es una pena que la pantalla local pierda audiencia día
a día por la baja calidad de sus productos, especialmente en un domingo, día en
que el descanso, la reunión familiar, el tiempo de reposo o para compartir con
amigos ofrecerían un terreno fértil para promover buenas historias. Transmitir
valores positivos y buenos contenidos debería ser el desafío de los
responsables de los programas. El público apoya y valora lo que tiene calidad,
sólo falta que los gestores de contenidos televisivos se animen a dar el paso.
Ojalá podamos superar en breve lo que Ginger
e Fred nos contó hace ya casi treinta años.
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