Por Alfredo Solari.
Llegó finalmente el tan ansiado momento. Ese que se
hace esperar cada año un poco más. Semanas de previa, de rumores sobre quiénes
concursarán en esta nueva temporada, quiénes estarán en el jurado, quiénes iban
a estar y a los postres se bajaron o los bajaron… Pero aunque cada vez más
tarde en el calendario ¡¡¡empezó la temporada 28 de Showmatch!!!
Y junto con este estreno aparece esa extraño dejavú anual
que nos vuelve a sorprender con la sensación de ya haber visto todo
anteriormente. Esa repetición de la espera y de los ya conocidos conflictos que
vuelven a aparecer con ella.
Algunas cosas cambiaron, por ejemplo la casa. El
estudio La Corte reemplazó a los ya conocidos estudios de Ideas del Sur
ubicados en la calle Olleros. Y este asunto no estuvo fuera del repertorio
temático, exageradamente autorreferencial, de este primer programa.
Claramente la autorreferencialidad fue uno de los
elementos definitorios de esta nueva apertura. Es lógico que el programa en sí
sea el protagonista de su propio material de inicio, pero como lo hicieran
desde sus comienzos, las internas y la figura de Tinelli fueron el eje central
de esta emisión. Su vida personal, su relación con la política, su vínculo
fallido con la AFA y el fútbol en general, la venta de la empresa, todo eso se
transformó en el contenido de un extenso sketch que hasta tuvo
de psicoanalista a una Mirtha Legrand no muy cómoda con su propio diván.
“Showmatch” además de ser ya un clásico instalado de
la televisión argentina se transformó en un evento. Y desde que el formato “Bailando por un sueño” se adueñó del ciclo, este evento artístico adoptó tono
de evento deportivo. Competencia, entrenamiento, virtuosismo físico,
pasión y como ocurre en las olimpíadas o los mundiales, tiene su show de
apertura. Este primer programa fue eso. No una introducción a la emisión sino
la emisión misma. Un espectáculo polirrubro que pasó por el baile, el canto, la
actuación y toda clase de performances de puesta en escena
masiva y épica.
Parodia a Trump, parodia a “La la land”, puesta
coreográfica, recital de Ulises Bueno, bolas de luces led que comparten baile
con talentosos bailarines, coreografía pictórica con body painting,
Flavio Mendoza y su elenco de “Mahatma” desde la misma calle Corrientes, el
infaltable número de tango, Oriana Sabatini, el imponente Cirque du Soleil, las
instalaciones oficiales de la Ciudad de Buenos Aires junto con sus cabezas
administrativas, la mismísima futura villa olímpica y los bailarines aéreos, el
Himno nacional, Valeria Lynch, el puente de la mujer con Tripa y Otero, el
carnaval de Corrientes, Carna, Larry de Clay, Bossi y su CFK, la pantalla
gigante de leds y… Tinelli. No faltó nada, ni nadie. Una superproducción
olímpica que sin querer ser injustos, ni negar el espectacular trabajo y
talento volcado, tuvo gusto a mucho. A querer poner todo. Eso sí, al día
siguiente volvió la real realidad: “los cara de pato”, “la lengua karateca”,
Fede y Laurita y la mar en coche…
Empezó la fiesta… y volvió el dejavú.
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