Por Gabriela Fabbro.
América TV tiene en su pantalla una nueva edición del
programa Gran Hermano, reality show
que dio origen al formato creado por Endemol y estrenado en 1999. Con la conducción
de Jorge Rial, emblemática cara del canal, cada semana se asiste a una
lamentable involución del género.
Ya desde el casting de esta edición, se apuntó a la
variedad: un joven que en su temprana juventud robaba, una chica que abortó a
su hijo, uno a quien se le atribuye un hijo que no sabe si es de él, un chico
al que violaron de pequeño junto a su hermana gemela, otra que dejó la religión
adventista para poder tener relaciones sexuales, una chica que nació varón, en
fin, parte del abanico inicial de esta nueva temporada. Disvalores por doquier.
Sin mucho seguimiento por parte del público, el
programa intenta mantenerse dentro de la grilla del canal, tanto por sí mismo,
cambiando de horario para competir con Telefe o Canal 13 o a partir de la
presencia o cita de sus contenidos en otros programas del mismo canal. Los
llamados “programas satélites” giran esta vez sobre este festival de pocas
buenas acciones.
Con el correr de los programas, las fiestas con
alcohol a los que los somete la producción, la exhibición de cuerpos desnudos, noches
“calientes” según anuncia la producción y hasta la primera relación sexual
entre los participantes, formaron parte de la oferta desde la primera semana.
Pero esto no queda ahí, la violencia también llegó a
la casa. Escenas de agresiones entre una joven y su pareja, y entre dos
varones, empezaron a ser moneda corriente en las diferentes emisiones. Tanto,
que se decidió la expulsión del principal provocador. Las reglas de juego se
cambian según la conveniencia del programa: salen algunos, otros gozan del beneficio
de repechaje y vuelven a entrar, en fin, qué triste que sean estos esos los
únicos mecanismos a los que pueden apelar los productores para captar mayor
cantidad de audiencia.
Teñido todo de un vulgar uso del lenguaje, y
ratificando que es un programa que premia al no esfuerzo, Gran Hermano 2015
desluce la pantalla del canal y la oferta de la televisión abierta argentina.
Los formatos y los géneros se agotan, cambian, se
resignifican, pero el camino para rescatarlos no es la exacerbación de los
antivalores como sostén del relato. La apuesta creativa de los productores debería
apuntar a renovar la oferta, pensar en nuevos contenidos y no escarbar hacia
abajo algo que ya se está hundiendo.
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